6.7.18

“El viejo celoso” de M. de Cervantes. Análisis por Corina Moscovich

El teatro español del Siglo de Oro. Sus interrelaciones y diferencias con el teatro de los siglos XV al XVII.”
Tema: Entremés “El viejo celoso” de M. de Cervantes. Autora: Moscovich, Corina 
La obra dramática coloca en un espacio determinado a unos actores que presentan de nuevo o representan la acción que el dramaturgo ha creado. Los personajes imitan un hecho de la vida ante los espectadores. La historia del género dramático comienza con sus dos formas principales: la tragedia y la comedia.
El drama español del siglo XVII coincide con la última fase del Renacimiento y con el principio y fin de la época barroca. Dicho teatro se agrupa en torno a dos de sus máximos exponentes: Lope de Vega y Calderón de la Barca. La importancia de Lope radica en el hecho de que fue él quien formuló las normas para todas las producciones dramáticas del siglo. Calderón, por otra parte, añadió a la fórmula de Lope los novedosos recursos que caracterizarían el teatro barroco.
Además de predominar en el campo de la narrativa, Cervantes no deja de contribuir al género dramático donde destacan sus Ocho comedias y ocho entremeses (1615)[1], nunca representados. R. Rojas define a los entremeses como “una especie teatral no sometida a reglas académicas ni a tradiciones prestigiosas”, considera que “el entremés español posee una esencia castiza, a la que Cervantes dio forma estética definitiva”[2]. En los entremeses –breves cuadros populares al estilo de los pasos, que se solían representar entre uno y otro acto o jornada de una comedia– Cervantes satiriza las malas costumbres y los vicios de su tiempo. “El interés por los entremeses corre paralelamente al de la comedia y desde 1608, por lo menos, se imprimen ya entremeses con las comedias y autos. (...) En ellos nos encontramos de nuevo al mejor y más inventivo Cervantes con su humanísima comprensión infinita ante la realidad cotidiana de la que hace surgir un mundo de doloridas y, a las veces, cómicas criaturas. Técnicamente toma recursos de los entremesistas anteriores, pero los transforma siempre en un orden superior, distinto y nuevo”. “(Cervantes) destaca todo cuanto es importante y esencial en ellos y oscurece todo lo irrelevante”.[3]
La sátira del teatro de Cervantes es también muy valiosa. A través de un examen de la tradición burlesca del marido celoso, Urbina[4] nota que Cervantes añade al sistema satírico una serie de meditaciones sobre la naturaleza humana, el amor y la libertad. El crítico concluye que lo que parece ser la base amoral del entremés cervantino puede verse como una condena de los celos excesivos del viejo y una celebración de la imaginación liberadora de la joven. El tema del entremés “El viejo celoso” está escogido de la tradición oral española. El viejo Cañizares es también reflejado en El celoso extremeño con el nombre de Carrizales. En El viejo celoso, el autor se ríe de uno de los tipos sociales más vulnerables: el anciano marido burlado. Respecto a este tema “Cervantes lo afina con la gracia viva y exultante de los personajes y con la lección moral sobre las consecuencias de los matrimonios por interés a que son arrastradas las jóvenes inexpertas, en obediencia a los designios familiares”[5].
“Abundan en los entremeses los tipos y grupos marginados y las tensiones surgidas entre ellos poseen raíces económicas, psicológicas, raciales y sexuales. Así ocurre, por ejemplo, con el tema del matrimonio, auténtica obsesión de Cervantes, especialmente tratado en El Juez de los divorcios, El rufián viudo, El viejo celoso y La cueva de Salamanca. Tras la máscara del humor, que le permite abordar el tema bajo perspectivas que de ninguna otra forma habría admitido la censura inquisitorial, Cervantes ataca despiadadamente la apreciación del matrimonio que se tenía en su época.”[6] Defensor del amor libremente correspondido y de las mujeres que contra su voluntad son obligadas a contraer matrimonio, Cervantes plantea la problemática del matrimonio entre viejos y jovencitas. 
Las locaciones del entremés se reparten entre el adentro y el afuera de la casa. Comienza con la salida a escena de doña Lorenza, su criada y sobrina Cristina y la vecina Hortigosa. “El centro de interés se inclina más hacia lo femenino representado por las tres mujeres”[7]: Lorenza está casada con Cañizares, un viejo que no la deja salir, se queja con su vecina del aislamiento y poco placer que se ve obligada a sufrir (“Éste es el primero día, después que me casé con él, que hablo con persona de fuera de casa; que fuera le vea yo desta vida a él y a quien con él me casó”). Cañizares teme que su mujer se enamore de otro o de que cualquier otro hombre la vea. “...este entremés nos presenta el triunfo femenino, dentro de un pequeño mundo doméstico, sobre una estructura social más grande que es, por definición y convención, regida por el hombre, pero que en el presente caso refleja la perversión del sistema en la persona de un hombre con poder social y material pero impotente en lo vital y corrompido por su propia avaricia y celos.”[8]
“Lo que hace de El viejo celoso, una magnífica muestra de lo que debe ser el teatro humorístico de entractos o la pieza breve a la manera de estampa costumbrista moderna, es la forma en que un tema desgastado por el uso y petrificado en su estructuración dramática, cobra vida y originalidad en manos de quien es un formidable creador de caracteres.”[9] Lorenza le cuenta a su vecina que los celos del viejo rico llegan hasta el punto de no permitir gatos ni perros en la casa, rehusando incluso comprar telas con figuras de hombres. Hortigosa insiste en que tiene mucha suerte, por que además le regala joyas, a lo que Lorenza contesta que no le sirven para nada por que no puede lucirlas debido a su encarcelamiento. Los sentimientos de Lorenza crean en Cañizares dudas y sospechas que lo llevan a tomar precauciones exageradas. Siete puertas se mantienen cerradas, salvo por algún ocasional descuido, como el del día en cuestión. Cervantes muestra sin tapujos la imprudencia de los viejos que determinan casarse con niñas, y que luego se empeñan inútilmente en “conservarlas”. Los regalos son perjudiciales porque evidencian la intención del marido de eliminar las naturales inclinaciones de una joven. 
Se han realizado diferentes divisiones o clasificaciones de los Ocho entremeses de Cervantes. R. de Balbín Lucas[10], al intentar estructurar la organización interna del material contenido en los entremeses, coloca al Viejo celoso dentro del tema amoroso social junto a Cueva de Salamanca. J. A. Franch los considera “los entremeses de la lujuria”[11].
“Cuando Lorenza dice “Como soy primeriza, estoy temerosa, y no querría, a trueco del gusto, poner a riesgo la honra”, el contexto no ofrece dudas. La honra (...) se refiere al problema de Cañizares y de lo que haría si supiese de la desviación amorosa de su esposa.”[12] Como los planos de un espejo, se coloca a la vista del lector/ espectador un contraste de temas: el adulterio, el matrimonio, el joven (Carpe Diem) en contraste con el viejo (Tempus Fugit). “Hay un principio estructural que es una constante del entremés cervantino: el dominio de la visión festiva en la interacción humana.” [13] Desde el comienzo del entremés, se observa la presencia de cantos, música y baile a cargo de Cristina, la criada (“Señor Gómez Arias,/ doleos de mí;/ soy niña y muchacha,/ nunca en tal me vi”) y también de los músicos; así como la inclusión de palabras en latín, a través de Cañizares el viejo (“Amicus usque ad aras”.)
Si bien los entremeses de Cervantes no llegaron a ser representados antes de su muerte, es interesante prestar atención al efecto oral/actoral, probablemente previsto desde el texto. En El viejo celoso (...) “la pluralidad de voces es otro artificio más de la total arquitectura dramática. Por ejemplo, en la conversación de las tres mujeres al comienzo, las voces no presentan la articulación de tres personajes distintos sino la amplificación de la posición inicial del elemento femenino. (...) las voces sirven para amplificar la actitud femenina ante la situación intolerable, como si fuera una sola persona hablando consigo misma.[14]
En cuanto a la participación en el entremés, Doña Lorenza es la que tiene más intervenciones, luego Cristina la criada, Cañizares el viejo y el resto de los personajes. En muchos de los parlamentos se observa el uso de vocativos. Por ejemplo: Cañizares le habla al compadre y le dice “Señor compadre...” o Cristina a Lorenza: “Mire tía...”. También se incluyen dichos y refranes, por ej: “mejor casarse que abrazarse”. “La labia de la vecina Hortigosa, que envuelve con su fuerza persuasiva al más prevenido, recuerda, aún en la síntesis extrema de los breves parlamentos, los largos discursos celestinescos, así como el despliegue de astucia de la alcahueta para tejer los enredos y quedar a salvo. (...) No faltan tampoco observaciones tales como la del poder destructivo de la vejez y la desgraciada condición de los de abajo, que siempre han de pagar las culpas ajenas”[15].
“El trío femenino de Lorenza, Cristina y Hortigosa no encuentra su contrapeso simétrico en el grupo masculino de Cañizares, el compadre y el galán, puesto que el galán no toma parte en el diálogo, aunque sí tiene un papel imprescindible como la encarnación de los temores y faltas del viejo, y como el instrumento necesario del placer de Lorenza.”[16]  La conversación entre el viejo Cañizares y un compadre suyo trata sobre la inquietud y los celos del viejo, que recela “del sol que mira a Lorencica, del aire que la toca y de las faldas que la vapulan...”. También sobre la mala suerte de Cañizares al haberse casado con Lorenza, ya que éste esperaba de su mujer comprensión, y una persona que se encargara de él cuando estuviera enfermo. “Es precisamente la gracia chispeante de sus protagonistas, la rapidez de la acción y el estilo conciso, lo que hacen de El viejo celoso, un modelo de quehacer dramático, en que a la aparente superficialidad del divertimiento se une a la lección moral de pura cepa cervantina. El tema (...) es de origen boccacciano, pero la visión humanista que refleja, coloca muy por encima de Boccaccio (...), al escritor Cervantes, que sin dejar de ver el lado ridículo y humorístico de la vida, otorga una dimensión más profunda y una visión crítica de intención moralizante hasta al más inocente de sus juguetes cómicos”.[17] Cañizares no podría tener otros motivos de desconfianza, porque ni siquiera deja entrar en la casa a las vecinas (“más maldades encubre una mala amiga, que la capa de la noche”), las cuales son causa también de sus temores. El compadre quiere entrar y ver a la señora Lorenza, pero Cañizares no deja que su amigo franquee la puerta de la casa. 
El viejo celoso (...) estiliza el tipo de la mal casada que trata de liberarse de la situación en que se halla sumida, llena de odio contra su marido. Este fija su felicidad en la astucia y en el dominio de la casa. El engaño mismo se desarrolla teatralmente a los ojos del espectador, haciendo plástica la situación por medio del guadamecí que extiende la vecina, y que sirve para ocultar el paso a la habitación de Lorencica de ese galán que no habla, pero que nos es descrito por la protagonista. (...) Cristinica pide también su amante: Señora Hortigosa, hágame merced de traerme a mí un frailecico pequeñito, con quien yo me huelgue. Y después: ¡Que no lo quiero pintado, sino vivo, vivo, chiquito, como unas perlas! Y escenas después, cuando la vecina proporcione el galán a la señora, reclama: Y dígame, tía, ¿está también ahí mi frailecito? El viejo celoso, más que los celos castigados del viejo, parece la exaltación de la vida y lo que triunfa, frente a lo caduco y lo que fenece”[18]. “La escena culminante del entremés empieza con la entrada de Hortigosa, llevando el guadamecí detrás del que entra ocultado el galán”[19]. A su pesar, Cañizares consiente en recibir a Hortigosa. Ve las figuras arrebozadas en la labor y llama la atención a la sobrina por haber dejado pasar tal vergüenza. Entra ésta y, a la vez que extiende el guadamecí, pasa por detrás el galán para Lorenza. Hortigosa viene a ofrecer a Cañizares un guadamecí pintado con cuatro figuras (Rodamonte, Mandricardo, Rugero y Gradaso), que vende para librar a un hijo de la cárcel (“preso por unas heridas que dio a un tundidor”). Todo se desarrolla como lo habían planeado. No satisfecha del todo, Lorenza comienza a lamentarse en voz alta de la desconfianza de Cañizares.El mecanismo del engaño emplea lo verbal y lo visual: empieza con las trazas y el control verbal de Hortigosa y termina con el poder verbal de Lorenza. Al mismo tiempo, los elementos visuales, de acción y gestos, contribuyen al éxito total. Es de suma importancia que el galán pueda entrar en plena presencia del viejo, que el acto de adulterio se realice detrás de la puerta pero (en un sentido) delante de nuestros ojos, y que para facilitar la huida del joven, Lorenza momentáneamente ciegue al viejo con el agua de la bacía.[20]
Lorenza se adelanta a abrir la puerta, dando al mismo tiempo en el rostro del anciano con el agua (“Lavar quiero a un galán las pocas barbas que tiene con una bacía llena de agua de ángeles, porque su cara es como la de un ángel pintado”). “Encerrada en el cuarto con el galán, Lorenza engaña con la verdad, describiendo lo que por una parte es la realidad concreta pero desde la perspectiva limitada del viejo parece una burla”[21].  El amante escapa sin que Cañizares se de cuenta. Cuando lo hace es demasiado tarde y no ve nada y no tiene más remedio que pedir perdón a todas las mujeres por desconfiar de ellas. “Después de la huida del galán, Lorenza una vez más invierte las reglas verbales: lo que había proclamado adentro como verdades, ya afuera son presentadas como burlas: “mirad en lo que tiene mi honra y mi crédito, pues de las sospechas hace certezas, de las mentiras verdades, de las burlas veras, y de los entretenimientos maldiciones”.[22] Cristina responde con el sonsonete: “Jesús, qué locuras y qué niñerías”, pidiendo a Cañizares que reprima los despropósitos de su tía. Cristina se asusta pensando que el viejo se ha percatado del galán y se sobresalta, pero interviene Lorenza: “Por las pinturas lo dice, y no por otra cosa”. 
“Los entremeses tomaron su nombre de que antiguamente se los representaba entre acto y acto de una comedia, como se daba al principio de la loa y al concluir la obra el fin de fiesta. No tenían otro objeto que rellenar las impacientes esperas de un público semiculto, divirtiéndolo con una escena corta para provocar la risa.”[23] Así pues, el papel de Hortigosa es digno de destacar: se entretiene ofreciendo a Lorenza toda suerte de ungüentos para sus dolencias (“Si vuesa merced hubiere menester algún pegadillo para la madre, téngolos milagrosos”) y encolerizando al viejo, que acaba por enojarse, fingiendo Lorenza que también se enfada y corriendo a encerrarse en su habitación. J. A. Franch caracteriza a los entremeses como “aparentemente ingenuos”: “No hay efectivamente, uno solo de estos ocho entremeses en el que no descubramos un jirón de humanidad braceando cómica y angustiosamente con su desgarrado destino”[24]. Ida ya Hortigosa, Lorenza habla desde dentro con su sobrina, contándole las gracias de su galán. (“y en verdad que, si le vieses, que se te alegrase el alma”).
Cañizares y Lorenza comienzan a discutir, gritan tanto que atraen la atención del alguacil, de un bailarín y de unos músicos que estaban tocando en la casa de al lado. Cañizares tiene que contestar las preguntas del alguacil y pedir perdón a la vecina. El viejo explica al alguacil que son pendencias entre marido y mujer. Los músicos tocan una pieza y cantan una letra. “Ya el poder ilusorio del viejo se anula ante la fuerza de la fiesta invasora: a la objeción del viejo, el músico responde “pues aunque no la quiera”, y este signo de admiración musical pone justo comentario al entremés.”[25] Al final todos terminan contentos, se olvidan de lo había pasado, no hay enfados. Todos comienzan a bailar y a cantar al son de la música. Cañizares se lamenta de las vecinas, mientras que Lorenza les besa las manos (“Aunque mi esposo está mal con las vecinas, yo beso a vuesas mercedes las manos, señoras vecinas”). Cristina no desconfía de servirse de ellas: “Y adiós, señoras vecinas”. 
“Siendo muy de su época (los entremeses de Cervantes) son también universales. Y en eso estriba su perdurabilidad y su valor, porque a diferencia de todo el teatro de farsa -que por su esencia se nutre de la actualidad y pierde su interés cuando se añeja-, los divertidos juguetes cómicos de Cervantes como el retablo de Chanfallas y la Chirinos- se conservan siempre en su punto, con una renovada vitalidad.”[26] En El viejo celoso se presenta un matrimonio entre un hombre viejo y una mujer muy joven. Los personajes, en su mayoría femeninos resultan creíbles y auténticos.  El asunto central del entremés, su conflicto, podría presentarse hoy en día. “Género humilde que pone en escena a gente callejera o delincuente, modesta burguesía, campesinos y algún profesional, víctimas de la sátira o del ridículo”, los entremeses de Cervantes “exhibe (n) una rara maestría en el arte de los diálogos (...), dando a los personajes una segunda identidad mediante una diestra manipulación de los resortes de la lengua (...). (Cervantes) ha hecho las paces con el barro humano y se divierte con el espectáculo de sus miserias”[27].
Cervantes hace pensar, habilita el debate. El viejo celoso cuestiona, entre otros temas, las restricciones impuestas a la mujer para elegir marido. “En Cervantes, la risa, la peripecia ingeniosa y chispeante, el juego de malicia e ingenuidad es siempre un  medio del que trasciende una idea superior: artística, desmitificadora o simplemente humana”[28].
Corina Moscovich 

[1] Ricardo Rojas (Cervantes. Buenos Aires, Editorial Losada, 1948) aclara: “... ninguno fue representado antes de esa edición. En la Adjunta del Viaje del Parnaso, el autor avisa que tiene seis escritos, y la Adjunta es de 1614. Se ha averiguado que El vizcaíno fingido y La guardia cuidadosa, datan de 1611. Cotarelo y Valledor supone que El retablo de las maravillas se compuso hacia 1604; El juez de los divorcios, hacia 1607; El rufíán viudo y La elección de los alcaldes, entre 1607 y 1610; La cueva de Salamanca y El viejo celoso serían los últimos, acaso de 1615, año de la publicación”.
[2] Op. cit. 1
[3] Miguel de Cervantes Saavedra: Entremeses (Prólogo y notas de Juan Alcina Franch). Barcelona (España): Editorial Juventud S.A., 1984.
[4] Urbina, Eduardo: Hacia el Viejo celoso de Cervantes, Nueva Revista de Filología Hispánica 38.2 (1990)
[5] Fornaris, Fornarina: El humorismo y la crítica en los Entremeses de Cervantes, Universidad de La Habana, La Habana, n.º 218, septiembre-diciembre, 1982.
[6] Cuadernos hispanoamericanos: Acerca de una nueva edición de los "Entremeses" de Cervantes. Madrid: Gráficas Valencia, 1983
[7] Clamurro, William H: El viejo celoso y el principio festivo del entremés cervantino. AIH Actas VII (1980)
[8] Op. cit. 7.
[9] Op. cit. 5
[10] R. de Balbín Lucas, La construcción temática de los entremeses de Cervantes, RFE, 32 (1948)
[11] Op. cit. 3
[12] Op. cit. 7
[13] Op. cit. 7
[14] Op. cit. 7
[15] Op. cit. 5
[16] Op. cit. 7
[17] Op. cit. 5
[18] Op. cit. 3
[19] Op. cit. 7
[20] Op. cit. 7
[21] Op. cit.7
[22] Op. cit. 7
[23] Op. cit. 1
[24] Op. cit. 3
[25] Op. cit. 7
[26] Op. cit. 5
[27] Miguel de Cervantes: Entremeses (Prólogo) Biblioteca 100 x 100. Ediciones Nuevo Siglo S.A., 1995.
[28] Op. cit. 3