“El teatro español del Siglo de
Oro. Sus interrelaciones y diferencias con el teatro de los siglos XV al XVII.”
Tema: Entremés “El viejo celoso”
de M. de Cervantes. Autora: Moscovich, Corina
La obra dramática
coloca en un espacio determinado a unos actores que presentan de nuevo o representan la acción que el dramaturgo
ha creado. Los personajes imitan un hecho de la vida ante los espectadores. La
historia del género dramático comienza con sus dos formas principales: la
tragedia y la comedia.
El
drama español del siglo XVII coincide con la última fase del Renacimiento y con el principio y fin
de la época barroca. Dicho teatro se agrupa en torno a dos de sus máximos
exponentes: Lope de Vega y Calderón de la
Barca. La importancia de Lope radica en el hecho de que fue él quien
formuló las normas para todas las producciones dramáticas del siglo. Calderón, por otra parte, añadió a la
fórmula de Lope los novedosos recursos que caracterizarían el teatro barroco.
Además
de predominar en el campo de la narrativa, Cervantes
no deja de contribuir al género dramático donde destacan sus Ocho comedias y ocho entremeses (1615)[1],
nunca representados. R. Rojas define a los entremeses como “una especie teatral
no sometida a reglas académicas ni a tradiciones prestigiosas”, considera que
“el entremés español posee una esencia castiza, a la que Cervantes dio forma
estética definitiva”[2].
En los entremeses –breves cuadros populares al estilo de los pasos, que se
solían representar entre uno y otro acto o jornada de una comedia– Cervantes
satiriza las malas costumbres y los vicios de su tiempo. “El interés por los
entremeses corre paralelamente al de la comedia y desde 1608, por lo menos, se
imprimen ya entremeses con las comedias y autos. (...) En ellos nos encontramos
de nuevo al mejor y más inventivo Cervantes con su humanísima comprensión
infinita ante la realidad cotidiana de la que hace surgir un mundo de doloridas
y, a las veces, cómicas criaturas. Técnicamente toma recursos de los
entremesistas anteriores, pero los transforma siempre en un orden superior,
distinto y nuevo”. “(Cervantes) destaca todo cuanto es importante y esencial en
ellos y oscurece todo lo irrelevante”.[3]
La
sátira del teatro de Cervantes es también muy valiosa. A través de un examen de
la tradición burlesca del marido celoso, Urbina[4]
nota que Cervantes añade al sistema satírico una serie de meditaciones sobre la
naturaleza humana, el amor y la libertad. El crítico concluye que lo que parece
ser la base amoral del entremés cervantino puede verse como una condena de los
celos excesivos del viejo y una celebración de la imaginación liberadora de la
joven. El tema del entremés “El viejo celoso” está escogido de la tradición
oral española. El viejo Cañizares es también reflejado en El celoso extremeño con el nombre de Carrizales. En El viejo celoso, el autor se ríe de uno
de los tipos sociales más vulnerables: el anciano marido burlado. Respecto a
este tema “Cervantes lo afina con la gracia viva y exultante de los personajes
y con la lección moral sobre las consecuencias de los matrimonios por interés a
que son arrastradas las jóvenes inexpertas, en obediencia a los designios
familiares”[5].
“Abundan
en los entremeses los tipos y grupos marginados y las tensiones surgidas entre
ellos poseen raíces económicas, psicológicas, raciales y sexuales. Así ocurre,
por ejemplo, con el tema del matrimonio, auténtica obsesión de Cervantes,
especialmente tratado en El Juez de los
divorcios, El rufián viudo, El viejo celoso y La cueva de Salamanca. Tras la máscara del humor, que le permite
abordar el tema bajo perspectivas que de ninguna otra forma habría admitido la
censura inquisitorial, Cervantes ataca despiadadamente la apreciación del matrimonio
que se tenía en su época.”[6]
Defensor del amor libremente correspondido y de las mujeres que contra su
voluntad son obligadas a contraer matrimonio, Cervantes plantea la problemática
del matrimonio entre viejos y jovencitas.
Las locaciones
del entremés se reparten entre el adentro y el afuera de la casa. Comienza con
la salida a escena de doña Lorenza, su criada y sobrina Cristina y la vecina
Hortigosa. “El centro de interés se inclina más hacia lo femenino representado
por las tres mujeres”[7]:
Lorenza está casada con Cañizares, un viejo que no la deja salir, se queja con
su vecina del aislamiento y poco placer que se ve obligada a sufrir (“Éste es el primero día, después que me casé
con él, que hablo con persona de fuera de casa; que fuera le vea yo desta vida
a él y a quien con él me casó”). Cañizares teme que su mujer se enamore de
otro o de que cualquier otro hombre la vea. “...este entremés nos presenta el
triunfo femenino, dentro de un pequeño mundo doméstico, sobre una estructura
social más grande que es, por definición y convención, regida por el hombre,
pero que en el presente caso refleja la perversión del sistema en la persona de
un hombre con poder social y material pero impotente en lo vital y corrompido
por su propia avaricia y celos.”[8]
“Lo que hace de El viejo celoso, una magnífica muestra
de lo que debe ser el teatro humorístico de entractos o la pieza breve a la
manera de estampa costumbrista moderna, es la forma en que un tema desgastado
por el uso y petrificado en su estructuración dramática, cobra vida y
originalidad en manos de quien es un formidable creador de caracteres.”[9]
Lorenza le cuenta a su vecina que los celos del viejo rico llegan hasta el
punto de no permitir gatos ni perros en la casa, rehusando incluso comprar
telas con figuras de hombres. Hortigosa insiste en que tiene mucha suerte, por
que además le regala joyas, a lo que Lorenza contesta que no le sirven para
nada por que no puede lucirlas debido a su encarcelamiento. Los sentimientos de
Lorenza crean en Cañizares dudas y sospechas que lo llevan a tomar precauciones
exageradas. Siete puertas se mantienen cerradas, salvo por algún
ocasional descuido, como el del día en cuestión. Cervantes muestra sin tapujos
la imprudencia de los viejos que determinan casarse con niñas, y que luego se
empeñan inútilmente en “conservarlas”. Los regalos son perjudiciales porque
evidencian la intención del marido de eliminar las naturales inclinaciones de
una joven.
Se
han realizado diferentes divisiones o clasificaciones de los Ocho entremeses de
Cervantes. R. de Balbín Lucas[10],
al intentar estructurar la organización interna del material contenido en los
entremeses, coloca al Viejo celoso
dentro del tema amoroso social junto a Cueva
de Salamanca. J. A. Franch los considera “los entremeses de la lujuria”[11].
“Cuando Lorenza
dice “Como soy primeriza, estoy temerosa,
y no querría, a trueco del gusto, poner a riesgo la honra”, el contexto no
ofrece dudas. La honra (...) se refiere al problema de Cañizares y de lo que
haría si supiese de la desviación amorosa de su esposa.”[12]
Como los planos de un espejo, se coloca a la vista del lector/ espectador un
contraste de temas: el adulterio, el matrimonio, el joven (Carpe Diem) en
contraste con el viejo (Tempus Fugit). “Hay un principio estructural que es una
constante del entremés cervantino: el dominio de la visión festiva en la
interacción humana.” [13]
Desde el comienzo del entremés, se observa la presencia de cantos, música y
baile a cargo de Cristina, la criada (“Señor
Gómez Arias,/ doleos de mí;/ soy niña y muchacha,/ nunca en tal me vi”) y también de los
músicos; así como la inclusión de palabras en latín, a través de Cañizares el
viejo (“Amicus usque ad aras”.)
Si
bien los entremeses de Cervantes no llegaron a ser representados antes de su
muerte, es interesante prestar atención al efecto oral/actoral, probablemente
previsto desde el texto. En El viejo celoso (...) “la pluralidad de
voces es otro artificio más de la total arquitectura dramática. Por ejemplo, en
la conversación de las tres mujeres al comienzo, las voces no presentan la
articulación de tres personajes distintos sino la amplificación de la posición
inicial del elemento femenino. (...) las voces sirven para amplificar la
actitud femenina ante la situación intolerable, como si fuera una sola persona
hablando consigo misma.[14]
En
cuanto a la participación en el entremés, Doña Lorenza es la que tiene más
intervenciones, luego Cristina la criada, Cañizares el viejo y el resto de los
personajes. En muchos de los parlamentos se observa el uso de vocativos. Por
ejemplo: Cañizares le habla al compadre y le dice “Señor compadre...” o
Cristina a Lorenza: “Mire tía...”. También se incluyen dichos y refranes, por
ej: “mejor casarse que abrazarse”. “La labia de la vecina Hortigosa, que
envuelve con su fuerza persuasiva al más prevenido, recuerda, aún en la
síntesis extrema de los breves parlamentos, los largos discursos celestinescos,
así como el despliegue de astucia de la alcahueta para tejer los enredos y
quedar a salvo. (...) No faltan tampoco observaciones tales como la del poder
destructivo de la vejez y la desgraciada condición de los de abajo, que siempre
han de pagar las culpas ajenas”[15].
“El trío femenino de Lorenza, Cristina y Hortigosa no encuentra su
contrapeso simétrico en el grupo masculino de Cañizares, el compadre y el
galán, puesto que el galán no toma parte en el diálogo, aunque sí tiene un
papel imprescindible como la encarnación de los temores y faltas del viejo, y
como el instrumento necesario del placer de Lorenza.”[16] La conversación entre el viejo Cañizares y un
compadre suyo trata sobre la inquietud y los celos del viejo, que recela “del sol que mira a Lorencica, del aire que
la toca y de las faldas que la vapulan...”. También sobre la mala suerte de
Cañizares al haberse casado con Lorenza, ya que éste esperaba de su mujer
comprensión, y una persona que se encargara de él cuando estuviera enfermo. “Es
precisamente la gracia chispeante de sus protagonistas, la rapidez de la acción
y el estilo conciso, lo que hacen de El
viejo celoso, un modelo de quehacer dramático, en que a la aparente
superficialidad del divertimiento se une a la lección moral de pura cepa cervantina.
El tema (...) es de origen boccacciano, pero la visión humanista que refleja,
coloca muy por encima de Boccaccio (...), al escritor Cervantes, que sin dejar
de ver el lado ridículo y humorístico de la vida, otorga una dimensión más
profunda y una visión crítica de intención moralizante hasta al más inocente de
sus juguetes cómicos”.[17]
Cañizares no podría tener otros motivos de desconfianza, porque ni siquiera
deja entrar en la casa a las vecinas (“más
maldades encubre una mala amiga, que la capa de la noche”), las cuales son
causa también de sus temores. El compadre quiere entrar y ver a la señora
Lorenza, pero Cañizares no deja que su amigo franquee la puerta de la casa.
“El viejo celoso (...) estiliza el tipo
de la mal casada que trata de liberarse de la situación en que se halla sumida,
llena de odio contra su marido. Este fija su felicidad en la astucia y en el
dominio de la casa. El engaño mismo se desarrolla teatralmente a los ojos del
espectador, haciendo plástica la situación por medio del guadamecí que extiende
la vecina, y que sirve para ocultar el paso a la habitación de Lorencica de ese
galán que no habla, pero que nos es descrito por la protagonista. (...) Cristinica
pide también su amante: Señora Hortigosa,
hágame merced de traerme a mí un frailecico pequeñito, con quien yo me huelgue.
Y después: ¡Que no lo quiero pintado,
sino vivo, vivo, chiquito, como unas perlas! Y escenas después, cuando la
vecina proporcione el galán a la señora, reclama: Y dígame, tía, ¿está también ahí mi frailecito? El viejo celoso, más que los celos
castigados del viejo, parece la exaltación de la vida y lo que triunfa, frente
a lo caduco y lo que fenece”[18].
“La escena culminante del entremés empieza con la entrada de Hortigosa,
llevando el guadamecí detrás del que entra ocultado el galán”[19].
A su pesar, Cañizares consiente en recibir a Hortigosa. Ve las figuras
arrebozadas en la labor y llama la atención a la sobrina por haber dejado pasar
tal vergüenza. Entra ésta y, a la vez que extiende el guadamecí, pasa por detrás
el galán para Lorenza. Hortigosa viene a ofrecer a
Cañizares un
guadamecí pintado con cuatro figuras (Rodamonte, Mandricardo, Rugero y Gradaso), que vende para
librar a un hijo de la cárcel (“preso por
unas heridas que dio a un tundidor”). Todo se desarrolla como lo habían
planeado. No satisfecha del todo, Lorenza comienza a lamentarse en voz alta de
la desconfianza de Cañizares. “El mecanismo del engaño emplea lo
verbal y lo visual: empieza con las trazas y el control verbal de Hortigosa y
termina con el poder verbal de Lorenza. Al mismo tiempo, los elementos
visuales, de acción y gestos, contribuyen al éxito total. Es de suma
importancia que el galán pueda entrar en plena presencia del viejo, que el acto
de adulterio se realice detrás de la puerta pero (en un sentido) delante de
nuestros ojos, y que para facilitar la huida del joven, Lorenza momentáneamente
ciegue al viejo con el agua de la bacía.”[20]
Lorenza se
adelanta a abrir la puerta, dando al mismo tiempo en el rostro del anciano con
el agua (“Lavar quiero a un
galán las pocas barbas que tiene con una bacía llena de agua de ángeles, porque
su cara es como la de un ángel pintado”). “Encerrada en el cuarto con el
galán, Lorenza engaña con la verdad, describiendo lo que por una parte es la
realidad concreta pero desde la perspectiva limitada del viejo parece una
burla”[21]. El amante escapa sin que Cañizares se de
cuenta. Cuando lo hace es demasiado tarde y no ve nada y no tiene más remedio
que pedir perdón a todas las mujeres por desconfiar de ellas. “Después de la
huida del galán, Lorenza una vez más invierte las reglas verbales: lo que había
proclamado adentro como verdades, ya afuera son presentadas como burlas: “mirad
en lo que tiene mi honra y mi crédito, pues de las sospechas hace certezas, de
las mentiras verdades, de las burlas veras, y de los entretenimientos
maldiciones”.”[22] Cristina responde con el
sonsonete: “Jesús, qué locuras y qué
niñerías”, pidiendo a Cañizares que reprima los despropósitos de su tía. Cristina
se asusta pensando que el viejo se ha percatado del galán y se sobresalta, pero
interviene Lorenza: “Por las pinturas lo
dice, y no por otra cosa”.
“Los entremeses tomaron su nombre de
que antiguamente se los representaba entre acto y acto de una comedia, como se
daba al principio de la loa y al concluir la obra el fin de fiesta. No tenían
otro objeto que rellenar las impacientes esperas de un público semiculto,
divirtiéndolo con una escena corta para provocar la risa.”[23]
Así pues, el papel de Hortigosa es digno de destacar: se entretiene ofreciendo
a Lorenza toda suerte de ungüentos para sus dolencias (“Si vuesa merced hubiere menester algún pegadillo para la madre,
téngolos milagrosos”) y encolerizando al viejo, que acaba por enojarse,
fingiendo Lorenza que también se enfada y corriendo a encerrarse en su
habitación. J. A. Franch caracteriza a los entremeses como “aparentemente
ingenuos”: “No hay efectivamente, uno solo de estos ocho entremeses en el que
no descubramos un jirón de humanidad braceando cómica y angustiosamente con su
desgarrado destino”[24].
Ida ya Hortigosa, Lorenza habla desde dentro con su sobrina, contándole las
gracias de su galán. (“y en verdad que,
si le vieses, que se te alegrase el alma”).
Cañizares y Lorenza comienzan a
discutir, gritan tanto que atraen la atención del alguacil, de un bailarín y de
unos músicos que estaban tocando en la casa de al lado. Cañizares tiene que
contestar las preguntas del alguacil y pedir perdón a la vecina. El viejo
explica al alguacil que son pendencias entre marido y mujer. Los músicos tocan
una pieza y cantan una letra. “Ya el poder ilusorio del viejo se anula ante la
fuerza de la fiesta invasora: a la objeción del viejo, el músico responde “pues
aunque no la quiera”, y este signo de admiración musical pone justo comentario
al entremés.”[25] Al final todos terminan
contentos, se olvidan de lo había pasado, no hay enfados. Todos comienzan a
bailar y a cantar al son de la música. Cañizares se lamenta de las vecinas,
mientras que Lorenza les besa las manos (“Aunque
mi esposo está mal con las vecinas, yo beso a vuesas mercedes las manos,
señoras vecinas”). Cristina no desconfía de servirse de ellas: “Y adiós, señoras vecinas”.
“Siendo muy de su época (los entremeses de
Cervantes) son también universales. Y en eso estriba su perdurabilidad y su
valor, porque a diferencia de todo el teatro de farsa -que por su esencia se
nutre de la actualidad y pierde su interés cuando se añeja-, los divertidos
juguetes cómicos de Cervantes como el retablo de Chanfallas y la Chirinos- se conservan
siempre en su punto, con una renovada vitalidad.”[26]
En El viejo celoso se presenta un
matrimonio entre un hombre viejo y una mujer muy joven. Los personajes, en su
mayoría femeninos resultan creíbles y auténticos. El asunto central del entremés, su conflicto,
podría presentarse hoy en día. “Género humilde que pone en escena a gente
callejera o delincuente, modesta burguesía, campesinos y algún profesional,
víctimas de la sátira o del ridículo”, los entremeses de Cervantes “exhibe (n)
una rara maestría en el arte de los diálogos (...), dando a los personajes una
segunda identidad mediante una diestra manipulación de los resortes de la
lengua (...). (Cervantes) ha hecho las paces con el barro humano y se divierte
con el espectáculo de sus miserias”[27].
Cervantes hace
pensar, habilita el debate. El viejo
celoso cuestiona, entre otros temas, las restricciones impuestas a la mujer
para elegir marido. “En Cervantes, la risa, la peripecia ingeniosa y
chispeante, el juego de malicia e ingenuidad es siempre un medio del que trasciende una idea superior:
artística, desmitificadora o simplemente humana”[28].
Corina Moscovich
[1] Ricardo Rojas (Cervantes. Buenos Aires, Editorial
Losada, 1948) aclara: “... ninguno fue representado antes de esa edición. En la Adjunta del Viaje del
Parnaso, el autor avisa que tiene seis escritos, y la Adjunta es de 1614. Se ha
averiguado que El vizcaíno fingido y La guardia cuidadosa, datan de 1611.
Cotarelo y Valledor supone que El retablo de las maravillas se compuso hacia
1604; El juez de los divorcios, hacia 1607; El rufíán viudo y La elección de
los alcaldes, entre 1607 y 1610; La cueva de Salamanca y El viejo celoso serían
los últimos, acaso de 1615, año de la publicación”.
[2] Op. cit. 1
[3] Miguel de Cervantes
Saavedra: Entremeses (Prólogo y
notas de Juan Alcina Franch). Barcelona (España): Editorial Juventud S.A., 1984.
[4] Urbina, Eduardo: Hacia el Viejo celoso de Cervantes,
Nueva Revista de Filología Hispánica 38.2 (1990)
[5] Fornaris, Fornarina: El humorismo y la crítica en los Entremeses
de Cervantes, Universidad de La
Habana , La
Habana , n.º 218, septiembre-diciembre, 1982.
[6] Cuadernos hispanoamericanos:
Acerca de una nueva edición de los
"Entremeses" de Cervantes. Madrid: Gráficas Valencia, 1983
[7] Clamurro, William H: El viejo celoso y el principio festivo del
entremés cervantino. AIH Actas VII (1980)
[8] Op. cit. 7.
[9] Op. cit. 5
[12] Op. cit. 7
[13] Op. cit. 7
[14] Op. cit. 7
[15] Op. cit. 5
[16] Op. cit. 7
[17] Op. cit. 5
[18] Op. cit. 3
[19] Op. cit. 7
[20] Op. cit. 7
[23] Op. cit. 1
[24] Op. cit. 3
[25] Op. cit. 7
[26] Op. cit. 5
[27] Miguel de Cervantes: Entremeses (Prólogo) Biblioteca 100 x
100. Ediciones Nuevo Siglo S.A., 1995.
[28] Op. cit. 3
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